Aparecen cada día más libros, artículos, conferencias, talleres, laboratorios… las claves de la felicidad, el arte de la felicidad, el viaje a la felicidad… ¿Qué nos pasa?
En nuestro mundo “desarrollado” hemos logrado los mayores estándares de calidad de vida conocidos. Avances tecnológicos, empresas de éxito, sistemas de gobierno participativos… Y sin embargo buscamos la felicidad como si se tratara del santo grial. Algo nos está sucediendo. Teniéndolo todo o casi todo, seguimos siendo infelices. No deja de ser una gran paradoja, en este negocio el escaparate es fascinante, pero parece que la trastienda está hecha un desastre.
Como sociedad nos hemos centrado en avanzar y crecer, sin saber (o sin interesarnos) en qué impacto tiene en nuestro equilibrio personal. Organizaciones muy competitivas sacan al mercado productos innovadores y generan dividendos a sus accionistas. Todo gracias a una masa de empleados que con un alto nivel de exigencia, propia y ajena. Tratamos de suavizarlo con estrategias de conciliación guarderías, tele-trabajo.., que para estar doce horas conectado, mejor desde casa, y así se evitan los incómodos atascos. Porque también se han multiplicado las zonas residenciales, lujo asequible, pero mal comunicado. Para relajarnos del duro ritmo laboral, nos refugiamos en mega centros comerciales que satisfacen cualquier necesidad, urgencia o capricho, pues para eso es el fin de semana, para estar calentito y comprar mucho.
Un mundo nuevo y sofisticado que nos deja cada vez más vacíos. Sacamos brillo al escaparate, y acumulamos polvo en la trastienda. Nos hemos acostumbrado a vivir cada vez fuera de nosotros mismos. A tener más y estar más insatisfechos.
Todo pasa tan rápido que es difícil entender lo que nos sucede, como si en este frenesí hiperactivo hubiésemos perdido el contacto con nuestras propias emociones. En mi trabajo suelo hacer una pregunta muy sencilla a mis clientes: ¿cómo te sientes?. Con frecuencia sus respuestas comienzan con un “pienso, que…” “lo que debería hacer es…”. Obviamente reformulo la pregunta. Entonces se demoran un poco más en responder, buscando, ahora si, su sensación interna, tratando de encontrar una palabra que la describa. Es un ejercicio sencillo, pero resulta difícil cuando no estamos habituados a identificar nuestros estados de ánimo. Muchas personas solo son solo conscientes cuando atraviesan una situación muy crítica, momentos en los que ciertas emociones se sublevan y se hace imposible ignorarlos. Por lo general vivimos enfocados en lo que debemos hacer, en lo que se espera de nosotros, esforzándonos por alcanzar una serie de metas sucesivas, abordando una tarea tras otra, sin mirar demasiado hacia dentro, ni cuestionar si la forma en la que actuamos se alinea con lo que sentimos.
El cuerpo refleja nuestro malestar de muchas formas: resfriados, contracturas, dolores de espalda, de cabeza, alteraciones de la piel, problemas digestivos… Acudimos al médico, que a menudo diagnostica el trastorno con un enfoque local, y prescribe una medicación que actúa sobre los síntomas peode nos sobre las causas.. Asumimos que de esa forma pronto nos sentiremos mejor. El cuerpo es la caja de resonancia de nuestra psique, amplifica lo que sentimos de una forma primaria. Tiene inteligencia propia y no sabe mentir. Como un bebé, llora pidiendo atención y cuidado, sin importarle si es molesto o inoportuno. A veces nos curamos, otras, solo conseguimos una mejoría temporal. En el último caso, estamos actuando como el que echa agua en el mecanismo oxidado de una bicicleta. Consigue que a continuación funcione, pero en poco tiempo, el óxido reaparece con más fuerza, hasta que un día la bici se colapsa.
Decía Gandhi, que la felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que dice y lo que hace están en armonía. Entonces surgen emociones como la alegría, la serenidad o el amor. Cuando no hay tal ajuste, aparecen otras como la rabia, la tristeza o la frustración. La felicidad no es un recetario, no se puede recoger en un decálogo. Es un ejercicio de cuestionamiento y coherencia que comienza con una mirada interior y cierta valentía para responder a dos sencillas preguntas: cómo me siento, y por qué.
Vivimos en un mundo global en el que cada vez nos parecemos más unos a otros, se parecen nuestras, nuestras casas, los productos que consumimos, los trabajos que realizamos… En esta cómoda uniformidad, diferenciarse puede resultar difícil, pero en ocasiones es sano realizar un ejercicio personal de contraste y analizar si la vida que llevamos, es la que realmente queremos. Nuestra sociedad deja a cada individuo libre para elegir su credo, valores y hábitos. Conseguir consistencia entre nuestras preferencias y nuestra forma de vida, pasa ineludiblemente por ejercer esa libertad, salir de la inercia y elegir.
Vivimos en un entorno que cambia constante y compulsivamente. En ocasiones nos ofrece oportunidades, y en otras, nos los quita. Un amigo dice que es como el juego de la oca. Cuando estabas a punto de ganar caes en la cárcel y regresas a la posición de salida. Por eso el equilibrio personal es un ejecicio dinámico, cada momento y situación de de la vida es distinto. Requiere humildad y valentía. Es fundamental practicar la introspección, realizar un contraste honesto de lo que hago, lo que digo, lo que pienso y lo que siento y ajustar lo que sea necesario. Disimular o mentirse conducen a un callejón sin salida. Es mejor entrar en la trastienda, mirar, valorar, limpiar, ordenar y hacer inventario. Olvidar por un tiempo que el escaparate no está en las mejores condiciones. Ya lo volverá a estarlo.
Noemi Galindo Vallejo